Comentario
El 14 de agosto de 1945 el principal sueño de la discreta sociedad militar japonesa Tosei-ha, la creación de una "Esfera de Coprosperidad de la Gran Asia" (Dai Toa Kioiken), había llegado a su trágico término. La Tosei-ha, cuyo más destacado representante en un momento fue Hideki Tojo, general y primer ministro, venía manteniéndose en el poder, o manteniendo en éste sus ideas, desde el 26 de febrero de 1936. Ese día, el grupo militar rival, la sociedad Kodo-ha, o de la "Vía Imperial", abiertamente socializante, había animado un sangriento y audaz golpe de Estado que, fallido, habría de ser también ahogado en sangre. En la tentativa, llamada por los japoneses "Ni Ni Roku", o sea, "2/26", habían participado veintidós oficiales y 1.400 hombres de tropa. De ellos, trece oficiales fueron fusilados. Cuatro teóricos de la Kodo-ha, personalidades civiles entre las que figuraba el escritor Kita Ikki, autor del célebre "Programa para la Reconstrucción de Japón", exacerbadamente socialista y nacional, fueron también ejecutados. La depuración que siguió -de diez generales jefes de Cuerpo de Ejército sólo tres fueron mantenidos en sus puestos- dejó el campo abierto a la hegemonía de la Tosei-ha, de nacionalismo más reformista y que no pretendía ninguna revolución social profunda en el interior de Japón.
Sin embargo, en el programa de la Tosei-ha estaba la creación y el mantenimiento de una especial esfera económica, complementaria del desarrollo industrial de Japón, que pretendía englobar a todo el Asia extremo oriental, el Sudeste asiático (con Filipinas, Birmania e Insulindia), y quizá también, en una segunda etapa, a Ceilán e India. Este proyecto oponía irreductiblemente el expansionismo japonés, naciente entonces, a las potencias instaladas en la región: Inglaterra, Francia, Holanda y Estados Unidos -como antes lo había enfrentado con China. Así, la "Dai Toa Kioiken", la esfera, implicada por fuerza la "Dai Toa Senzo", es decir, la Guerra de la Gran Asia contra todas las potencias no asiáticas presentes en el área. Esta guerra, comenzaba con el fulminante ataque de Pearl Harbor, estaba ahora, el 14 de agosto de 1945, irremediablemente perdida para Japón.
Hacia las doce de la mañana de ese martes, el primer ministro, el anciano Kantaro Suzuki, héroe de un ataque suicida de la lejana guerra ruso japonesa en 1904-1905 y superviviente, con tres balazos en el cuerpo, a un atentado de la Kodo-ha el día célebre del "Ni Ni Roku", convocó una nueva reunión del gabinete nipón. Esta seguía a otra, considerablemente dramática, que había terminado a las cuatro de la madrugada del día 10 de agosto, celebrada en presencia del Emperador Hiro Hito, y que fue la primera en que se aceptó dirigir a las potencias aliadas un mensaje bastante explícito:
"El Gobierno japonés está dispuesto a aceptar las condiciones enunciadas en la Declaración de Potsdam de 25 de julio de 1945 por los jefes de Gobierno de Estados Unidos, Inglaterra y China y, ulteriormente, ratificadas por el de la Unión Soviética, con la única reserva de que esa declaración no afrente en ningún modo contra las prerrogativas ("taiken") de Su Majestad (el Emperador del Japón Hiro Hito) como soberano en ejercicio..."
Era el fin, el más amargo final. Sin embargo, quedó perfectamente entendido, por sugestión del general Korechika Anami, ministro de la Guerra, que el conflicto sólo cesaría si esas " taiken" eran escrupulosamente respetadas por los vencedores aliados. Anami, brillante campeón de la esgrima japonesa de sable llamada "kendo", el arte de los legendarios "samurai", lo había planteado a todos cuantos encarnaban un poder, de una manera bastante brutal y directa: "¿Se proseguirá la lucha si el enemigo se niega a garantizarnos el mantenimiento de la dinastía?"
El "premier" Kantaro Suzuki, pese a su ardiente deseo de firmar la paz, causa última en fin de cuentas de su designación, no pudo responder sino: "En ese caso continuaríamos la guerra" Anami obtuvo la misma respuesta del almirante, en ese momento también "pacifista", Mitsumasa Yonai, ministro de la Marina Imperial o más bien de lo que quedaba de ella, pero mantenedor sin duda de su audaz tradición.
Estas respuestas fueron así, y no podían ser distintas, porque para ninguno de los ministros del último gabinete imperial de tiempos de guerra (penúltimo si se cuenta el posterior que presidió el príncipe Naruhiku Higashikuni, tío de Hiro Hito, verdadera designación de circunstancias y prueba de que el poder real había terminado siendo asumido por el propio Emperador), era concebible un Japón, en paz o en guerra, sin que a su frente estuviese el Emperador, el "Tenno", su símbolo vivo y encarnación, la famosa "Grulla sagrada".
Este sentimiento era decisivo y vital, incluso instintivo, para la amplísima mayoría de los japoneses y los propios norteamericanos y sus aliados habían acabado por comprenderlo. Naturalmente, la identidad del principio "Tenno" era particularmente sentida en el moderno Ejército japonés, que dependió siempre directísimamente del emperador por formación y por práctica. Esta dependencia estrecha procedía también, históricamente, de que la autoridad imperial se había restaurado en 1868 sobre la base de una liquidación del poder exclusivamente militar encarnado durante siglos por el "Shogun" y con la retirada del monopolio secular del empleo de las armas a la pequeña nobleza de los "samurai", dependientes hasta entonces exclusivamente de los señores feudales ("daimios") y regidos sólo por su exigente código moral y guerrero interno, el "Bushido".